A los 15, para las tan cachudas fiestas de 15, me maquillaba mi mama y yo quedaba como si fuera Raquel Mancini con sombra celeste y delineador de labios exagerado. A los 17, cuando algunas veces salía a bailar (porque era más nerd que fiestera), me tiraba un rubor que mi vieja había dado de baja, con un delineador de color flúo que le robaba a mi hermana. A los 21, empecé a comprarme algún producto para esconder las ojeras familiares que naturalmente heredé yo. Solo yo. Porque mis hermanos no. Solo yo. A los 23, en la oficina, ya le sumaba a mi make up un poco de rubor, rimmel y daba mis primeros pasos con el delineador líquido. A los 25, cuando descubrí el mundo de los After Office y el alcohol, mi make up debía durar más horas y soportar más sudor, por lo cual comencé a invertir en algunas sombritas doradas, negras.
Hoy, a mis 27, mi cara es una obra de arte. Base, corrector, primer, sombra dorada, cobre, negra y champagne, delineador liquido, delineador en gel, rimmel, pestañas postizas, tonalizador, rubor, brillos dorados, fijador de MAC. Todo esto combinado con un set de brochas de 32 pinceles. Si le pusiera un valor a mi jeta una noche de boliche, no bajaría de los 300$. Robenme mi kit de make up, y me roban la vida.
A raíz de esta locura por esconder las imperfecciones mi look nocturno fue bautizado como "The Mask". Lleva 1 hora para estar listo, pero no falla. Bailo, transpiro, chapo, me caigo, todo. Y The Mask sigue ahí Fija en su lugar. Además, a las solteras como yo que cada tanto pasan una nochecita con algún hombre, es imperioso que el maquillaje siga ahí a la mañana siguiente. Y sigue. Sigue hasta que decido sacarlo y volver a la triste realidad frente al espejo.
Lo único que me preocupa... es... a este ritmo.. cuando toque los 40 años.. de que me disfrazo?! Si sigo asi, mi cara va a ser más lo más parecida que se puedan imaginar a la cara de la Duquesa de Alba.
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